Tienen de todo para mantenerse a sí mismas:
- Edificios cubiertos de paneles solares para absorber la energía inagotable del astro que nos cobija.
- Instalaciones con molinos de viento (o sea, turbinas eólicas) mucho más altos e indestructibles que las alucinaciones más ambiciosas de Don Quijote.
- Tuberías por donde la basura se filtra y se convierte en energía que se puede aprovechar.
- Aguas que una vez utilizadas son tratadas para volverse a usar.
- Diseños de calles, edificios, fuentes y áreas comunes que permiten un clima paradisíaco en medio del desierto.
- Caminos hiperlimpios por donde se puede transitar a pie o en bici, al fin que el trabajo queda cerca de casa y no es necesario tomar un microbús contaminante (obvio, eso aquí ni se concibe), y si se quiere ir más lejos, un transporte público eléctrico lo puede llevar.
Estas ciudades, proyectadas desde los primeros años del siglo, realmente existen, intentan alcanzar el objetivo tan anhelado por la ONU de disminuir nuestra huella de carbono ya no para 2030, sino para 2050 o más. ¿Existirá la humanidad para entonces? ¿O nos habremos extinguido en un planeta sobrecalentado y armagedónico?
Ahí está Masdar, en Emiratos Árabes Unidos, un oasis en medio del desierto a la espera de que lleguen a habitar su instalaciones ultramodernas y autosostenibles, sus edificios bellamente diseñados para no desaprovechar ni uno solo de los megawatts generados por sus turbinas eólicas o por sus acristalados muros solares.
O Songdo, en Corea del Sur, que se alza majestuosa a las afueras de Seúl, como una alternativa a la sobrepoblada capital, asolada por los gases de efecto invernadero. En 2020, deberá estar concluida y felizmente ocupada por alrededor de 100 mil personas.
En China están en proyecto decenas de ciudades del mañana, con nombres como Tianfu, Meixihu o Nanhui, armadas con energía renovable, agricultura urbana, recolección de agua de lluvia y una serie de tecnologías destinadas a crear comunidades limpias, sostenibles y eficientes.
Parece un sueño y lo es. La triste realidad es que las ciudades del mañana hoy resultan carísimas para la mayoría, en consecuencia, muchas empresas no quieren invertir en ellas y los ciudadanos no pueden habitarlas aunque así lo desearan.
Por ahora (y hasta que los proyectos estén en marcha, resulten funcionales y sean asequibles a personas de menores niveles socioeconómicos), sus espléndidos edificios se pueden ver al otro lado del río, a lo lejos en el horizonte o en mitad del desierto, como espejismos que en un abrir y cerrar de ojos, se difuminarán entre el viento.
Foto de entrada por Matthew Henry en Unsplash