Supongo que no ambiciono demasiado, solo quiero ser una marca célebre, tanto que todos la conozcan, les dé dinero a mis propietarios y mis publicistas se enorgullezcan del gran trabajo que hicieron conmigo, así, al paso de los años me convertiré en lo que llaman “un clásico”, tanto que al producto que soy todo mundo lo llamará con mi nombre: marca y producto se volverán uno mismo.
Sueño que me pasará lo mismo que a ellas…
Cuando alguien estornuda demasiado no se suena la nariz con un pañuelo desechable, sino con un kleenex, y cuando una mamá exige el recipiente donde se guarda la comida grita muy fuerte: “¡Me regresas mi tupper!”.
Si a alguien le duele la cabeza no pide un innombrable ácidoacetilsalicílico, sino una aspirina, si una chica tiene su periodo compra kotex en vez de toallas íntimas y el niño del parque no lanza un disco volador, más bien un frisbee.
Los amantes se bañan en el jacuzzi y no en la tina de hidromasaje y el conductor de tv no lee el apuntador visual sino el teleprompter.
Muchos llevan al trabajo el café en termos, los niños dibujan con crayolas, el carro de la “víctima” de algún enamorado queda cubierto de postits, los regalos están envueltos con diurex y las pestañas cubiertas de rimmel, los documentos sujetos con clips y los trabajos escolares pegados con pritt… o resistol.
Pero quiero más
Y después, me gustaría subir un nivel más de prestigio, convertirme en líder, en verbo y hacer una entrada triunfal al diccionario, como ya lo lograron el buscador que pone a todos a googlear en internet o el software con el que todos se photoshopean y en las fotos se ven muy bien.
¡Oh, sí! Quiero ser una marca genérica, eso es lo que quiero ser.
Foto de entrada por Raphiell Alfaridzy en Unsplash