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De la inclusión que discrimina y la diversidad forzada

Si existen dos términos más sonados, discutidos y controversiales en los medios de comunicación actual y el argot internauta, que “metaverse” y NFT, seguramente son “diversidad” e “inclusión”, usualmente acompañados por sus menos brillantes primos lejanos: “woke”, “SJW” y “libtard”. Pero hoy no entraremos en discusiones políticas o divisiones sociales (no tanto), sino que nos centraremos en tratar de definir la diferencia entre diversidad e inclusión, su relevancia en el mundo moderno y por qué forzarlas, en el entorno que sea, puede causar más mal que bien.

Para la RAE (siempre tan objetiva y desligada del mundo exterior), las palabras diversidad e inclusión no tienen una mayor connotación salvo su significado conciso; “abundancia, variedad”, en el primer caso y “efecto de incluir” en el segundo. No obstante, en un contexto más amplio –el de la sociedad moderna, globalizada y quejumbrosa– estas inocentes expresiones han sido el centro de un agitado (y en ocasiones, violento) debate sobre justicia social, apropiación cultural, creatividad (y falta de ella), preservación, estereotipos, racismo e igualdad de género y de oportunidades. 

Diversidad ≠ inclusión

Desde hace algunos años, distintos, y muy vocales, grupos/movimientos sociales han abogado por una mayor representación de minorías y sectores marginados, no solo en altos puestos dentro de empresas y gobiernos, sino también en roles más preponderantes en obras multimedia (cine, videojuegos, televisión, etc.), deportes, espectáculos y prácticamente cualquier otro espacio previamente “dominado por el hetero hombre blanco”. 

Esto, sin duda, ha abierto la puerta a una mayor presencia de personas pertenecientes a minorías raciales o con distintas preferencias sexuales en plataformas de mayor relevancia, así como también al desarrollo de personajes (hablando específicamente del cine, la TV, cómics y videojuegos) más diversos, complejos y ricos, alejados de estereotipos cliché e inmunes a la crítica de los grupos más conservadores. No obstante, esta presión por “incluir” y “representar” también ha traído consigo varios problemas que parecieran no solo oponerse a todo aquello que se busca con esos movimientos, sino también destruir decenas o cientos de años de progreso en temas de igualdad, equidad y aceptación.

Bridgerton.

¿Enriquecimiento ideológico?

El objetivo principal de la diversidad en una empresa/sociedad/equipo de futbol debería ser el enriquecimiento ideológico, artístico y creativo a raíz de los distintos orígenes, entornos y conocimientos de ese variado grupo de personas. Vaya, es muy lógico pensar que un equipo con antecedentes dispares, que nacieron en diferentes partes del mundo y tienen acceso a otros idiomas o bagaje cultural, son capaces de producir una obra mucho más profunda, interesante e inusual que otros con un marco sociocultural prácticamente idéntico.

Sin embargo, en la práctica, el resultado suele no ser el esperado, especialmente por la manera en que las compañías abordan la diversidad y la inclusión. Su motivación no es la multiculturalidad per se ni obtener diferentes puntos de vista, sino acallar la crítica, cubrir una cuota y tener a la vox populi de su lado. Contratar a alguien de color o gay o incluso una mujer, en entornos cien por ciento machistas, solo por el hecho de ser diferentes y cumplir con un requisito sin importar su talento, habilidades o méritos, no solo es una práctica por sí misma discriminatoria y racista, sino una táctica desesperada que puede generar fricciones en el ambiente laboral o hasta una total ruptura de la audiencia.

“A fuerzas”

El “forzar” la diversidad y la inclusión en proyectos multimedia a menudo genera la percepción de que nadie de quienes toman las decisiones se preocupa genuinamente por la obra en sí, la audiencia o el talento. Mientras se trate de tachar una casilla de requerimientos y quedar bien en redes sociales, nada más importa. No los méritos ni la creatividad ni las historias.

El tokenism (colocar una minoría en cualquier papel solo por cumplir una cuota) es algo que casi siempre ha existido en el cine y la televisión; sin embargo, hoy en día esa práctica se utiliza como una cortina de humo “progresista” para cubrir todos los escándalos e historias de abuso que suceden tras bambalinas. Y es especialmente molesto cuando se nota a simple vista que la inclusión de una chica asiática en Star Wars o una persona de color en The Witcher son solo eso, intentos artificiales por cumplir un objetivo de marketing, sin ninguna razón de fondo o justificación creativa. 

Star Wars.

Tokenism en Star Trek

No tiene nada de malo que haya gente de origen asiático, africano o latino en “una galaxia muy lejana”, después de todo, Star Trek contaba con un cast sumamente diverso que, en su momento, rompió con muchos convencionalismos de la televisión norteamericana (incluyendo el primer beso interracial en pantalla). El problema es cuando esa inclusión se convierte en el selling point y una herramienta mercadológica para atraer audiencias o “impactar” por lo progresiva y actual que es esa película o serie de TV. 

Al final del día, lo importante debe ser no quién lo dice o lo hace sino qué es lo que se dice o hace; se trata del fondo y no la forma. Si un personaje/directivo/entrenador es bueno, sus acciones tienen sentido y su discurso es efectivo, qué importa del color que sea o del país que venga o qué le guste hacer y a quién; una vez que el mensaje se pierde dentro de temas de color, género o sexualidad, ese personaje se queda, obviamente, vacío de carácter y sin un mensaje claro que dar más allá de su color, género o sexualidad.