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Mascotas (adoptadas) al abordaje: una experiencia personal

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Si hay algo que recomiende en esta vida para todo amante de los animales es adoptar una mascota. Supongo que la mayoría lo ha hecho ya, pero habrá otros que, por falta de espacio/tiempo/dinero (cosas importantes para pensar en tener una), no lo hacen (precisamente por estar conscientes de que es necesario tenerlas, de otra manera, sería algo muy egoísta y, por consiguiente, no serían animal lovers).

Y lo mejor a la hora de elegir una, por supuesto, siguiendo toda esta lógica de amor animal, es pensar en la adopción, nunca en comprar. Hay tantos animales en situación de calle en nuestro país que esto es lo más recomendable. Quizá muchos todavía se dejen llevar por razas y cosas de ésas, pero creo que deberíamos ser más conscientes y pensar si lo que queremos es un amigo o un adorno. Porque luego va a resultar que nuestro perro/gato es de una raza tan exótica que tiene que tener cuidados especiales o que, por más que sea de pedigree, el pobre se la pasa todo el tiempo solo…

Así, recomiendo ampliamente las adopciones de animales si uno está pensando en tener un amigo peludo. Son de esas cosas que cambian la vida. Al menos, hablo desde mi experiencia personal.

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Adopté a Simona, mi gata, hace casi dos años, un día de principios de otoño, en un albergue de la Ciudad de México. Cuando fui a escoger (o más bien, a que me escogiera) mi próxima mascota, nunca me esperé una explosión de ternura y emoción al ver a todos esos pequeños mininos en sus jaulitas. Todos me inspiraron una sobredosis de ambas. Incluso se me salieron unas cuantas lágrimas y hasta una de las chicas que trabajaban ahí se conmovió con mi reacción.

Lo de Simona fue amor a primera vista, atracción mutua. Desde el primer instante en que me vio empezó a maullar como loquita, como pidiéndome que la sacara de ahí. Después de ver sus anhelantes ojitos verdes de cachorro, pedí que me la mostraran y, en un principio, me habían dicho que era gato. Inmediatamente se puso a jugar con un mechón de mi pelo. Tenía las uñitas bastante afiladas (característica que conserva), aún lo recuerdo. Hicimos clic instantáneo. Simona me había escogido. Ese mismo día me decidí por ella (aun sin saber que era hembra) y el chico del albergue fue a ver mi casa, mientras la llevábamos con nosotros, para que también “conociera” lo que sería su nuevo hogar. La pequeña bolita de pelos no se movía de una de las esquinas de la sala. El chico me ofreció quedármela durante el fin de semana como prueba, pero decliné aun cuando me moría de ganas, pues todavía tenía que avisarle a mi roomie.

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Al fin, todo quedó completado al día siguiente, le compré todo lo necesario y me la llevé a casa cubriéndola de la lluvia con su flamante arenero. Simona no dejó de maullar hasta que llegamos a casa. Desde el principio se perfilaba como diva. Por cierto, que ese día, la doctora que la desparasitó y la vacunó me informó que era ella y no él y me preguntó que si aun así la quería. Sobra mencionar mi respuesta.

Desde entonces hasta el día de hoy, no me he arrepentido y nunca lo haré. Ha sido toda una aventura —y todo un honor— tenerla conmigo, estar juntas, cuidarla y mimarla. Mi vida es mejor con ella a mi lado, le ha añadido el toque de ternura (y un poco de consciencia al respecto de hacerme cargo de otro ser vivo que no sea yo) que le hacía falta.

La semana pasada festejamos su cumpleaños número dos con un gran bocadillo de salmón que tragó como si no hubiera mañana y jugó con el pájaro de juguete que mis roomies odian un poco por el ruido que hace. Pienso seguirle festejando muchos más. Y ella seguirá dándome lata en las madrugadas, sirviendo de alarma peluda, poniéndome sus patas en la cara, cuando lo que más deseo es dormir. La amo.

Lo apoyo y siempre lo haré: si, como yo, son fans de los animales no duden en adoptar… ¡no se arrepentirán!